Hace tiempo que quiero escribiros. Hace tiempo que necesito contaros.
En 2013 comencé el análisis de este Arcano tan complejo y poderoso. He necesitado casi diez años y vivir todas sus dimensiones (inimaginables) para atisbar sus facetas. Los Arcanos Mayores contienen tanta sabiduría que no es posible acertar con una sola representación gráfica que aglutine todo ese conocimiento.
Me gusta hablar desde la propia experiencia, para mí otro modo no tiene sentido, así que comencé por seguir mi propio consejo: NO EVITARLO.
Este Gran Diablo (momento) presente en mis lecturas durante muchos años ha llegado a mi vida y está actuando sobre mí de pleno en todos los ámbitos. Ese momento trascendental puede retrasarse de forma consciente o no, pero no puede esquivarse mucho tiempo. Llega, como todo llega, en el tiempo que tiene que llegar, sea bueno o malo, porque el Diablo tiene clasificaciones, jerarquías y criterios en virtud de las tentaciones/debilidades que les guían. Puede ser que el mismo Diablo encierre múltiples diablos (Legión). Lujuria, codicia, ira, envidia —si crees en los pecados capitales y las tentaciones que acucian a los mortales—, o bien se ordene en un organigrama con jefes, jefecillos y secuaces. Y todo llega en tropel, como oleadas de males que afluyen con una fuerza incontrolable, donde la actitud crítica, la voluntad y la lógica, representan una minúscula resistencia e incluso desaparecen. Te ves a ti misma con siete, con nueve, con catorce y diecisiete años. Y un día todo cobra sentido y piensas: «Ha llegado, esto era. Hoy comienza la guerra». Aún desconozco sus consecuencias últimas, no así la manera en que navego esta gran ola: no sorteo su presencia, le he mirado a los ojos, he cogido su cuchillo sin mango y he asumido perderlo todo salvo a mí misma.
Quizás sea mejor explicar cómo he vivido esos planos simultáneamente desde todos los significados que encierra el Arcano.
El Diablo supone la gran tentación. En el primer nivel el Papa se relaciona directamente con él. El obstáculo de la Rueda se basa en la misma esencia: si caemos en la tentación de dejarnos llevar por los ríos de la vida, sin ser seres conscientes y plenos, -o por lo menos aspirar a ello-, nos convertiremos en seres sin espíritu. La tentación se triplica en el Diablo, porque hay que enfrentarse a él. Huir no tiene sentido, volverá aunque creas que lo has despistado. Tras él, la Torre implica un cúmulo de fuerzas activas que debemos soportar. Aquí se manifiesta de qué estamos hechos, si nuestro espíritu tiene valor por sí mismo o solo valemos por lo que tenemos. Con la Estrella sentimos seguridad en que hemos encontrado el camino para cumplir nuestra misión. Con la Luna nos enfrentamos a un juicio interno en el que eliminaremos muchas dudas y miedos que nos limitan. Justificarse es el error más común. El Sol muestra la gran virtud de ser felices, una gran felicidad terrenal. Seguramente creéis que todos sabemos ser felices, ah, no es así. Con el Juicio la verdad se desnuda, solo si eres justo podrás estar tranquilo. El Mundo es la gran carta del logro personal para esperar la transmutación a otra vida. De todos estos arcanos solo el Diablo y la Torre son plenamente activos.
Las cartas neutras contienen posibilidades, dependiendo del grado de entendimiento de cada persona. Es posible querer actuar, no poder hacer nada o bien rebelarse contra el devenir o lo que algunos llaman destino. Aquí la interpretación dependerá del resto de arcanos y el contexto de la lectura. Las cartas activas no son interpretables, necesitan ser comprendidas.
Con el Diablo comienza el tercer nivel, aquel que conduce a la liberación. Es el arcano, junto con la Muerte y la Torre, que más temor produce, incluso rechazo.
Nos adentramos en él, acudimos a su numerología, 15, que puede reducirse a un solo número, 6, o bien descomponerlo en una serie: 5+5+5. Por tanto, el Diablo puede relacionarse con el Papa o con el Enamorado.
El Diablo supone distinta cara de la misma moneda, el Papa, y desde esta perspectiva, ambos significan transición y puente “ideal”, uno hacia la sabiduría y otro hacia las profundidades del ser. Fue un ángel y así manifiesta su deseo de ascender desde su caverna, como el alma humana hundida en el cuerpo desea liberarse y ascender a la divinidad. En su relación con el Enamorado, las cadenas que atan a uno y a otro son en mayor medida consentidas o no. En el Enamorado la búsqueda de la belleza trae algún que otro desequilibrio que se superará conforme el consultante madure emocionalmente. En el Diablo buscamos una pasión que queremos convertir en amor hasta que somos adictos al poder que emana la figura que nos ata, menos voluntariamente que en el primer nivel, ya que nos encontramos en un periodo madurativo distinto.
Waite no es un «iluminado» cuando establece la secuencia con base en el seis (Enamorado/Diablo), ya que Jodorowsky establece también esta relación numérica, de modo que si el ángel de luz destaca frente al sol en el Enamorado, un ángel de oscuridad levanta una antorcha. Lo que sí le agradecemos es su representación, ya que su precisión al ilustrar los arcanos hace mucho más fácil la interpretación intuitiva. Si el primero evoca unión, el placer de hacer lo que a uno le gusta y las ataduras emocionales libremente consentidas, el Diablo representa la fuerza sexual venida de las oscuras profundidades del ser. Si el Enamorado es social, el Diablo es individual y juntos se complementan entre libertad y obligación, una vida pasional amorosa, la unión de lo divino y lo diabólico. También supone la cara reversa del Papa (5+5+5), la tentación en todas sus formas. El Papa debe formarnos para poder superar al Diablo, es decir, que este debe aceptar a aquel.
Tentación, deseo, apego, encadenamiento, dinero, contrato, oscuridad, prohibición, miedo, autorestricción, pasión, creatividad.
El Diablo encierra toda la oscuridad posible, propia y ajena, y por eso causa miedo. Nadie conoce el interior del mal, menos el propio, y la realidad supera todas las expectativas y todo lo imaginable. El Diablo es feliz creando dependencia, adicción y destruyendo el hogar (corazón). Esa oscuridad se alimenta y vive de la debilidad y de los flancos mal defendidos. Toda la oscuridad, la sombra de Jung, suele relegarse a un lugar muy profundo del que se tiene la llave aunque no se recuerde dónde se dejó y no se tenga fácil acceso. Cuando la persona no reconoce su sombra, pierde las llaves y ejerce el mal sobre otros en lugar de encararlo. La fragmentación del alma es muy clara. Cuando se prefiere explorar la luz sin haber explorado la total oscuridad puede ser que lo que se produzca es un abismo de tinieblas, porque cuando miras largo tiempo a un abismo, también éste mira dentro de ti y cuando se niega el centro de uno mismo y buscamos herir el centro de otro, la fragmentación puede convertirse en enfermedad mental.
¿Y si el Diablo se encuentra con el Diablo?
Así también, si Satanás expulsa al propio Satanás, contra sí mismo está dividido; ¿cómo, pues, mantendrá su poder?
Mateo 12:26
Mi diablo se remonta a mi más tierna infancia. Seres débiles contra seres vulnerables, una historia muchas veces contada. Muchos creen que el desplazamiento físico acaba con la perturbación, qué va, te acompaña siempre, cuando la oscuridad invade tu espacio una y otra vez, y sigue dependiendo la respuesta de otros, una pavesa que nunca es ceniza, una ceniza que nunca es barrida, crea una fisura que apenas ves, solo en las pesadillas. Y llega un día en que la respuesta depende de ti mismo.
La fisura que se llena de cenizas que no se barren crea una llaga, una que no deja de supurar de vez en cuando. Los miedos, las debilidades, el sueño y el insomnio, todo crea una personalidad que podía hacer daño si quisiera. La niña, la joven, la adulta, solo quiere encontrar la manera de cerrar la comunicación entre los fragmentos de la sombra. Piensa que el futuro traerá libertad y sol, pero no reconoce que existen cadenas ancladas en el primer pensamiento homicida que tuvo, matar a alguien o matarse a sí mismo, una difícil elección. Cuando te encuentras con el mal y te toca, el mal se instala en ti y se suele cometer el gran error de creer que el tiempo lo curará todo.
Llegado el momento, no actúas libremente, por supuesto, y las cadenas que se anclan en debilidades crean miedos atroces irracionales que afectan a todos tus movimientos. Como tentador y limitador, su fortaleza es tan grande como el miedo del receptor. En él encontraremos una restricción que el diablo maneja con gran maestría (no puedo, no sé, no soy capaz). Durante mucho tiempo he creído que no podía, que no sabía, que no sería capaz. He dejado que el entorno vislumbrara mi sombra y la utilizara contra mí.
La guerra se anuncia, fecha, hora y sitio.
El Diablo contra el Diablo, ¿quién puede ganar? ¿Perderá poder?
La guerra tiene un olor, la guerra tiene un peso. Lo peor de la guerra es el olor. El peso de las lealtades y de las traiciones. El olor nauseabundo de la podredumbre del alma que se alía con semejantes. El olor del miedo propio y ajeno, el olor y el peso de la vergüenza que solo sientes tú y parece pasar desapercibida.
La guerra tiene un olor, la guerra tiene un peso. Lo peor de la guerra es el olor denso del humo y de la muerte. El peso de las lealtades y de las traiciones. El olor nauseabundo de la podredumbre del alma que se alía con los semejantes. El olor del miedo propio y del ajeno, el olor y el peso de la vergüenza que solo sientes tú y parece pasar desapercibida.
La guerra tiene comienzo y no tiene fin previsto. Reconocer que uno mismo no puede aplicarse terapias o consuelo, reconocer que nadie, salvo un árbitro especialista en conflictos puede hacerlo, supone una pequeña victoria. Reconocer que se tiene miedo al futuro y que en ese miedo no se ve salida, reconocer que el Diablo es Mensajero del Ego, es una batalla ganada. Mientras tanto: escaramuzas que se llenan de importancia para distraer, el uso de instrumentos no permitidos, la lucha de la verdad contra la mentira formalizada… pueden hacerte perder el foco.
El Diablo pierde su poder cuando encuentras la cizalla adecuada para romper las cadenas. Comienza el duro camino de la liberación del ego, de la sombra propia y de las ajenas, las limitaciones y las imposiciones.
He sufrido y estoy sufriendo porque he llenado sin cesar una llaga insignificante que se hizo gigantesca en mi pequeño cuerpo. Siendo pequeña he crecido con una sonrisa y una única bandera: la ilusión de que el futuro siempre iba a ser mejor que el presente y que había olvidado el pasado.
Nací a ciento setenta kilómetros hace demasiado y tengo una constante sensación de vértigo a pesar de haberme desplazado con lentitud tectónica, necesitando toda la vida para llegar al punto donde estoy a una velocidad de cuatro kilómetros anuales, tan lento que no pude pararme, tan despacio que me gasté antes de tiempo. Y no echo en falta haberme perdido algo o haber dejado pasar de largo alguna experiencia, se trata de que utilizo más energía para recorrer los cuatro kilómetros de cada año y, para poder avanzar, algunas cosas dejaron de interesarme por completo, será porque veo más cerca el futuro que el pasado, porque sigo recordando lo que decidí olvidar y olvidé todo lo que quise conservar en la memoria, porque todavía me siento desdoblada y yuxtapuesta en todas las personas que fui, y para no perder el equilibrio intento hacerlas coincidir con quien seré: Victoria.
Y en esas estamos.