Tratábamos en un post anterior la cuestión del determinismo y del libre albedrío, con la estupenda opinión de M.A que resumía mejor que yo lo que os quería decir:
«Supongamos que efectivamente el ser humano fuese dueño de su destino, que pudiese ejercer su libre albedrío. Con esta premisa situémonos en el nacimiento de una persona. De niño, el individuo no puede decidir nada, porque todo lo deciden sus padres, sus tutores, sus responsables, Hasta bien entrada la pubertad esa libertad con la que nació no se consuma. Pero ya en ese momento las decisiones tomadas por sus padres le han colocado en un punto de salida u en otro. Después cuando parece que ya puede hacerlo se empieza a dar cuenta de que hay toda una serie de limitaciones que le condicionan a la hora de la toma de decisiones. Están las limitaciones físicas, es decir, nacer en un país u en otro, incluso en una región u otra (concluiremos que no es lo mismo); nacer en una familia u en otra, en una casa u otra ( por supuesto que tampoco)…; Luego pasamos a las limitaciones personales, nacer con toda una serie de capacidades o de incapacidades, que por supuesto te sitúan ya de entrada en un grupo u otro; eso sin ni siquiera saber si vas a poder desarrollarlas debido a la primera limitación de la que hemos hablado. Más tarde resulta que hay eventos sociales, políticos, económicos e incluso naturales que uno para nada controla que pueden modificar constantemente la vida de una persona; si a todo esto unimos que las “las supuestas decisiones” de las demás personas que habitan la tierra, pueden, y lo hacen, interferir la tuya, nos ponemos en qué al individuo lo que le queda por decidir es si hoy como lentejas o patatas fritas con huevo. ¡Ah! y se me olvidaba, sin contar con que los seres que dominan el mundo nos manipulan constantemente para que “la masa” tienda hacia lo que en cada momento les interesa. Si todo esto no es determinismo que baje Dios y lo vea. Ni viviendo solos en el planeta podríamos tener libre albedrío. Y todo esto sin siquiera meterme en la premisa de que nuestras vidas estén ya decididas desde el nacimiento».
Aún así, estando totalmente de acuerdo, sí creo en el libre albedrío condicionado o limitado por toda esta amalgama de situaciones y en fin, la COYUNTURA, en mayúsculas frente a la que nos posicionamos.
Lo que no soporto, habida cuenta de que ya estamos tan reglados como no se puede estar más, es la falta de responsabilidad o la excusa determinista. Debe aprender uno a ver sus experiencias como consecuencia de sus acciones anteriores, sin buscar otro “culpable” de ellas, y empieza a sembrar conscientemente las causas de la felicidad. De esta forma influye uno en los resultados y no permanece eternamente como un niño, dependiente y entregado a las circunstancias.
El Budismo atribuye un gran poder a la ley de causa y efecto.
«El que quiere vivir seguro a largo plazo, sobre una base sólida, necesita sólo observar la ley de causa y efecto. Las impresiones que fueron plantadas en el subconsciente, por medio de nuestras acciones a nivel de cuerpo, habla y mente, madurarán en su momento. Las condiciones externas e internas se unirán y decidirán nuestro futuro, influenciando el mundo externo. Inclusive cuando diferentes eventos tales como el clima o la economía están determinados por numerosas condiciones y por lo tanto son difíciles de comprender, aún así expresan diferentes capas que maduran a partir de la causa y el efecto.
Esto cambia también la apreciación del sufrimiento del mundo, y uno puede explicarse mucho de lo que le parecería injusto si pensara que sólo hay una vida, pues hasta que se reconozca y use la ley de causa y efecto, los actos de vidas pasadas determinan considerablemente las condiciones en cada nueva vida».
Así, nos propone diez mandamientos:
«Para evitar la propia infelicidad, el Buda aconseja evitar las diez acciones dañinas: matar, robar, romper relaciones que funcionan o dañar sexualmente a otros, mentir, calumniar, hablar en forma brusca e hiriente, chismear y evitar a toda costa la codicia, el odio y las visiones erróneas. Estos no son mandamientos. Cada uno es libre de decidir si quiere guiar su vida según dichas recomendaciones o no».
Lo que yo propongo es pasar de la primera imagen a esta segunda:
Así, no me preguntéis qué camino escoger, sino qué puedo hacer para tomar decisiones conscientes y ser, finalmente, la mejor versión de mí mismo:
Olvida los conceptos de karma esotéricos como sinónimos de mano determinista que sujeta nuestra alma por vidas y vidas y nos hace sufrir porque fuimos injustos en otra vida. Quien mantiene una actitud correcta, con respeto hacia sí mismo y los demás podrá no tener dinero, quizás amigos, pero tendrá en su vida siempre paz y sosiego. A veces, el camino no está asfaltado, a veces ha de hacerse a ratos solo pero contemplar nuestra propia desgracia no nos va a ayudar a salir de ese estado.